“A veces sospecho que mi cabeza es una fábrica de apocalipsis”: Geney Beltrán 
El escritor mexicano publica dos títulos casi de manera simultánea, el libro de cuentos ‘No nos vamos a morir mañana’ y la novela ‘Crónica de la lumbre’.
- Redacción AN / HG

Por Héctor González
Hay temperamentos porosos que reciben o conectan casi sin buscarlo con lo que viven personas con las que se cruzan en el metro o en el trabajo. Geney Beltrán (Durango, 1976) se considera en este rango. Atento de sus sueños, de lo que escucha y lee, el escritor ha construido una bibliografía marcada por personajes marcados por la pérdida y la búsqueda de sí mismos, ellos son los que marcan el tono, el rumbo y alcance del texto en el que habitan.
En No nos vamos a morir mañana (UANL), leemos relatos donde el desasosiego es una sensación constante y donde no hay mucho margen de maniobra, “el cuento es un espacio claustrofóbico”, explica Beltrán. Caso contrario es Crónica de la lumbre (Alfaguara), una novela donde la impronta de Esther Seligson, escritora estudiada y admirada por el duranguense es evidente y en donde si bien hay un mapeo de diversos tipos de violencias, también hay más espacio para la redención, “la novela permite mayor hospitalidad para desarrollar el afecto y el cuidado”.
Más por una cuestión del azar que por una intencionalidad, ambos títulos comienzan a circular casi de manera simultánea y dan pie para hablar con el también coordinador de la Casa Estudio Cien Años de Soledad.
Recién publicas un libro de cuentos y una novela, ¿qué relación tienes con los géneros?
No pienso en términos de cuento o novela. Hay historias que me inquietan y empiezo a trabajarlas. En el caso de No nos vamos a morir mañana, son relatos separados que encontraron cierto eco; mientras que Crónica de la lumbre es un libro que empezó como una serie de cuentos que en realidad nunca estuvieron separados. La etiqueta o el género se encuentran en la medida en que el texto se expande. En un primer momento es importante dejar que ese flujo se manifieste, por eso la palabra ficción me parece cómoda hasta que hay algo que plantea límites o forma.
Varios de los cuentos de No nos vamos a morir mañana surgieron de anécdotas personales. ¿Qué relación estableces entre tu biografía y la ficción?
Es una relación muy paranoica, se construye desde la vulnerabilidad o miedo. A veces sospecho que mi cabeza es una fábrica de apocalipsis porque puede haber episodios aparentemente cotidianos que creo, pueden traer consecuencias muy nefastas. Recuerdo la noche en que Donald Trump ganó la presidencia, no podía dormir porque estaba convencido que con el pretexto del narcotráfico o la migración, iba a haber una invasión de Estados Unidos a México. La paranoia fue tan grande que entró en uno de los cuentos. A pesar de que soy una persona funcional me resulta fácil imaginar episodios pesadillezcos. La presencia de lo autobiográfico en No nos vamos a morir mañana tiene que ver con el tiempo que pasé en Culiacán durante mi adolescencia, fue una etapa muy formativa, como también lo fue mi traslado a la Ciudad de México a los 17 años. Cuando llegué la ciudad era vista como una sucursal del infierno por la violencia que había entonces, esas experiencias exageradas alimentan mis pensamientos paranoicos.
¿Anotas tus sueños o los interpretas?
Me desasosiegan mucho. Primero pienso que son cosas que tienen que ver conmigo, cuando la realidad es que la mayoría son cosas que no he vivido al menos en esta reencarnación. Sospecho que lo que ocurre es que hay temperamentos muy porosos que reciben mucho de lo que viven personas con las que se cruzan en el metro o en el trabajo. Uno cree que es incapaz de matar a alguien, pero ¿en verdad es así? La ficción te permite sacar todo eso de manera vicaria, sin matar gente y explorando la naturaleza humana, eso desde luego se manifiesta en los sueños.
Un cuento donde se filtran estas paranoias es Sudor, supongo que tiene que ver con la pandemia.
El cuento surgió a partir de un sueño, debo advertir que se publicó en 2018. El sueño era horrible, tenía que ver con mi hijo y con mi interés en la paternidad. El temor a la vulnerabilidad de los hijos es espantoso y puede ser paralizante, creo que esta es una experiencia que la nueva generación de papás nos estamos permitiendo vivir de manera más franca en comparación a nuestros padres y abuelos. En el caso del cuento se manifiesta en un espacio apocalíptico producto de una suerte de pandemia, creo que es también una reflexión o proyección de la soledad extrema a la que pueden estar vinculados los vínculos familiares. No sé si mostrar esto a través de la ficción sea psicoterapéutico, pero al menos puedo transmitir este temor a los lectores.
Esta parte de analizar la mente e interpretarla te liga con Esther Seligson, autora sobre la que has trabajado.
Ha sido una influencia fundamental para mí, la conocí en 2006, cuando trabajaba como editor en el Fondo de Cultura Económica. Yo era una persona escéptica y profundamente racional, pero después de tratarla me convertí en alguien supersticioso. Hay cosas que no logro explicarme con la razón y los cinco sentidos, y en vez de decir que son desvaríos o esoterismos, intento insertarlos en la ficción. Gracias a ella tengo esa curiosidad amen de la experiencia literaria que para mí significó un ejemplo de libertad. Ella decía “no sé si escribo novela o cuento, para mí son textos”, tratarla fue muy liberador porque aprendí a no ponerle al proceso creativo una deriva específica que cumpla con exigencias teóricas y mejor dejar que la espontaneidad lo mueva.
Los personajes de No nos vamos a morir mañana y Crónica de la lumbre son seres rotos o marcados por la pérdida, no obstante, en la novela hay más luminosidad, ¿por qué?
El cuento es un espacio más claustrofóbico, al menos para mí; me permite encapsular experiencias extremas para estremecer al lector. La novela en cambio permite mayor hospitalidad para desarrollar los afectos, el cuidado, la búsqueda de la unión amorosa y una esperanza. Escribí Crónica de la lumbre después de No nos vamos a morir mañana, y en una etapa menos oscura de mi vida, si aparecen al mismo tiempo es por una cuestión azarosa. De fondo hay algo que me interesa mucho: lo que se nos queda grabado desde que somos niños por nuestras interacciones familiares, es algo que nos marca de manera inconsciente nuestras relaciones interpersonales, tanto en lo amoroso como en lo social. La novela te permite mostrar diferentes épocas de un personaje para encontrar las anclas donde hubo ciertos episodios traumáticos. Hay instancias que se nos quedan grabadas en una zona ciega de nuestro ser y a veces de manera patológica nos llevan a repetir patrones. La literatura te permite revisitar ciertas zonas críticas desde la reconciliación.
¿La escritura reconcilia?
Creo que sí, tengo un lado un poco utópico que me hace pensar que si uno dedica la vida a escribir ficción no es solo por escapismo o hacerse psicoterapia, sino porque sabe que tiene un efecto en quien lee. No solo se trata de expresarse, también se busca comunicar y eso implica estremecer a quien lee, hacerle ver escenas o personajes que resuenen con su inconsciente y le planteen cierta interlocución, que una vez que termine el libro la lectura siga en su alma y le permita cierto crecimiento de la psique, esto lo explica muy bien el estudioso George Steiner. La ficción ha tenido este poder en mi vida, hay autores a los que regreso porque me dan la posibilidad de hacerme un auto examen. Mi aspiración es pensar de manera utópica, que la ficción puede acercar a los lectores a una franja más luminosa, de autoconocimiento y que implique una reconciliación.
¿Al escribir sobre miedos o temores se cauterizan?
Trabajar durante meses en un proyecto de ficción te pone ante un ejercicio de franqueza y autenticidad. Asumir máscaras para crear personajes te libera de la vergüenza de plantearte ante una autobiografía. La ficción es un laboratorio de algo que no es real, pero finge serlo.
¿Qué significa la imagen de la portada de Crónica de la lumbre?
En la editorial se dieron cuenta que hay muchas cosas esotéricas en la novela. Narsia Castel esta inspirada parcialmente en Esther Seligson, es una mujer con una gran curiosidad intelectual que estudió astrología, lee el tarot, sabe de pintura, etcétera. Hay unas reflexiones sobre la posibilidad de conocer la carta astral; refleja una exploración de lo que está más allá de lo real de los lenguajes simbólicos. En la parte inferior vemos la interpretación de un bajorrelieve mesopotámico que es La reina de la noche y que Oralia, otro personaje, se tatúa en el brazo izquierdo, es una forma de conectar con algo muy profundo de la feminidad.
¿Te consideras un autor espiritual?
Querría creer más en el mundo espiritual, me causa gran curiosidad tal vez intelectual. Nunca he tenido una experiencia sobrenatural, no he visto fantasmas ni he tenido regresiones. Una vez Esther Seligson me dijo que en mi vida anterior había sido un niño judío muerto en un campo de concentración durante la Segunda Guerra Mundial, recuerdo que me quedé frío. Me parece novelesco y me encanta como posibilidad narrativa, pero es algo que no me ha llevado a adoptar una forma de vida coherente con esa curiosidad espiritual porque vivo en el mundo, tengo mucho trabajo, hijos y hay otras lecturas que quiero hacer. La ficción me permite conocer cómo viven su mundo los personajes espirituales, pero estoy muy abierto a creerle a alguien que me diga que ha visto a la virgen de Guadalupe.







